Al arte siempre ha de tocar lo referente al ser humano desde diferentes exposiciones de sí mismo y demarcando lo esencial de la preocupación de cada época. Una particularidad de esto es que el arte de un momento histórico es inamovible de ese sitial, y esto lo destaco porque bajo ese precepto, tomando en cuenta la valorización de una obra que en la mayoría de las veces se da posteriormente al momento de la creación; no podemos recrear lo que un artista hizo en su momento, y por mucho que las demandas sociales que nos permita usar a un artista como referente a nuestro presente por sus similitudes, nunca será acabado, sería como desandar camino.
Ya entrando de manera general al terreno que exploraremos, el de la Literatura, y comprendiendo lo anterior explicado, debemos sumar otros factores, los que fueron explicados por Ítalo Calvino[1] al situarnos en la definición de clásico que el autor va desarrollando a través de diferentes características: plasman sus características en el inconsciente colectivo, trascienden a nuestra época y a la que fueron creados por sus propias influencias, además de haber sobrevivido a diferentes sismos (que el autor nombra como “polvillo”, dándoles una connotación de insignificancia[2]), de los que se ha zafado según el autor por una luz propia que opaca toda crítica.
Luego de contar con estos antecedentes, viene un cuestionamiento que intentaré explicar a partir de mis sensaciones íntimas al respecto: ¿cómo puedo enfrentarme a mis propios clásicos luego de considerar que un clásico es algo que trasciende la individualidad? Siguiendo la guía que Calvino me ha brindado hasta ahora[3], mi clásico es lo que me[4] identifica, siendo los demás clásicos (refiriéndome a los plasmados en la sociedad) algo que debo conocer para contraponer mis intereses o para “saberlos antes de morir”, agregando la particularidad del autor respecto al término “releer” como una hipocresía, lo que pone en jaque el concepto de clásico.
Antes de toda la subjetividad que implica dar cuenta de mi clásico[5], y para hacer el acto diferenciador interno de mi favorito ante los otros que le he leído, puedo como primera instancia nombrar las características que tienen: son libros que reflejan lo que me importa, mis creencias, lo que tengo como motivación cotidianamente ante todo acto y pensamiento, de donde viene y por qué fue ésta y no otra. Lo primero que me viene a la mente describiendo estas características es que según ellas se puede inferir que a través de mis propios clásicos se puede hacer una suerte de análisis de mi misma, y aunque sea muy cruel mi condición de desvalida ante esta realidad y un posible interesado en analizarme como individuo, o hasta como mujer; es lo que sucede en mi caso y no puedo luchar contra eso, por lo que antes de decaer en un ejercicio de mi vulnerabilidad, nombraré el que ha tocado mi fibra sensible.
1999 Czajkowski, Hania – “La conspiración de los alquimistas”: De este libro puedo decir lo más brevemente posible, que despertó un nacer espiritual en mi debido a la postura de disposición ante la vida emocional, la cual desde siempre, por crianza de mi mamá, ha sido mi principal preocupación. Además cabe mencionar que aunque esta novela tiene presente el factor Dios ante representaciones como María como madre, que podría a simple vista creerse fanatismo; mi parecer no es ese, sino más bien los símbolos que ello representa, de un poder mayor a nosotros y a cualquier religión que aunque muchas veces no creamos, nos permite pedirle lo que queramos, y exactamente eso: lo que queramos. Remarco esa idea, porque en mi experiencia la gente la mayoría de las veces relaciona “hacer lo que queramos” con una menor dificultad que implicaría, con una meta irrealmente fácil, pero voy más allá con la expresión: lo que quiero decir es que si lo que queremos es algo que necesitamos y requerimos espiritualmente como una necesidad básica, podemos andar el camino para lograr este propósito, podemos soportar lo que venga en ese camino si no olvidamos que la vida puede ser más fácil si comprendemos que es difícil, y esa dificultad es lo que hace que ella tenga sentido.
Finalmente, luego de la exposición de mi favorito, no puedo hacer más que revalorar la idea de que toda manifestación de arte es un reflejo de la realidad de un autor, y en este caso de mí, la lectora, ya que roza los ideales que reposan dentro de mi espíritu.
[1] 1995, Tusquets, Barcelona – España: “¿Por qué leer los clásicos?” Pág. 13 - 16
[2] Nota: No comparto la insignificancia de las críticas ante las obras de arte, porque éstas críticas brinda al lector nuevas posibilidades de postura y de entendimiento del mismo libro, además de éstas ser actualmente, para bien o para mal, una gran variable para el éxito o el fracaso de toda manifestación artística.
[3] 1995, Tusquets, Barcelona – España: “¿Por qué leer los clásicos?” Pág. 17 y 18
[4] Remarco el prefijo “me” con intención de focalizar la individualidad, que de esta parte en adelante es indispensable tener en cuenta.
[5] Nota: no puedo nombrar todos los libros que me gustan y les encuentro sentido debido a que me extendería mucho y redundaría en este análisis personal.
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