Esa ciudad no tiene casas, no tiene nada aparte de luz. Es larga y baldía, pero las luces que están en ella la hacen vibrante de una manera peculiar, sólo tiene luces de un color y muchas, es como si Dios hubiera puesto en la tierra unas velas de cumpleaños que van creciendo por cada año de cada persona que está de cumpleaños. La ciudad de la luz es realmente grande.
Cuando pasas por la ciudad de la luz te empiezas a sentir bien, empiezas a tener ganas de pasear por ella con la persona que está más profundamente clavada en tu corazón. Esa persona que hace que tus decisiones cambien, que tus sueños cambien, que tú cambies. Empiezas a desear caminar con ella por la ciudad de la luz, conversar acerca de la vida, acerca de las cosas que te gustan. La ciudad de la luz tiene la garantía también de que puedes pasear por ella en tus sueños... puedes pasear por ella y puedes quedarte mirando sus luces que se agrupan y juegan como las hermanas eternas de un lugar donde ellas mandan, donde ellas dan la posibilidad de ver a la persona que va paseando por ella.
La ciudad de la luz desaparece cuando cierras los ojos para volver a dormir. No se sabe si existe o si es producto de la imaginación de quienes la ven.
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