Amor, ceremonia ontologizante, dadora de ser. Y por eso se le ocurriría ahora lo que a lo mejor debería habérsele ocurrido al principio: sin poseerse no había posesión de la otredad, ¿y quien se poseía de veras? ¿Quien estaba de vuelta de sí mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine o en el prostíbulo o en casa de los amigos o en una profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás?
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