Te estás volviendo una viciosa mujer. ¿Sería el primer síntoma de envejecimiento? Porque, lo cierto es que llameaba y tenía las piernas mojadas. Que vergüenza, Lucrecia, que verguenza! Y de pronto se le cruzó por la cabeza el recuerdo de una amiga licenciosa que, en un té destinado a recolectar fondos para la Cruz Roja, había levantado rubores y risitas nerviosas en su mesa al contarles que, a ella, dormir siestas desnuda con un ahijadito de pocos años que le rascaba la espalda, la encendía como una antorcha.
Elogio de la madrastra, Vargas Llosa, 1988
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