En la antología de
poetas vistos este semestre, uno de los más fascinantes por su capacidad de
hacer florecer el éxtasis desde las instancias más naturales e iluminadas del
mundo, es Julio Herrera y Reissig. El poeta uruguayo vive en una condición
singular para los ideales de su época. Es,
pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que
eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta aficción y
gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun de la
administración de su hacienda.[1] Una característica
clave de este artista, es su exploración del mundo lograda a través de los
textos con los que contaba, los cuales actuaban como verdaderas ventanas
exploratorias.
En cuanto a la poesía
de Herrera y Reissig, podemos observar tres aristas que al combinarse,
promueven esta experiencia estética de sublimación; en primer lugar la
consagración de las cosas, seguido de los toques eróticos sublimes en relación
a los momentos que aparece en el poema; pero que a su vez actúan resonantemente
en el lector y finalmente la adoración a la naturaleza. Dicho lo anterior, el
presente texto analizará éstas tres aristas y sus relaciones en dos poemas: La noche y Galantería ingenua.
La noche
(1) La noche en la montaña mira con ojos viudos
(2) de cierva sin amparo que vela ante su cría;
(3) y como si asumieran un don de profecía,
(4) en un sueño inspirado hablan los campos rudos.
(5) Rayan el panorama, como espectros agudos,
(6) tres álamos en éxtasis... Un gallo desvaría,
(7) reloj de medianoche. La grave luna amplía
(8) las cosas, que se llenan de encantamientos mudos.
(9) El lago azul de sueño, que ni una sombra empaña,
(10) es como la conciencia pura de la montaña...
(11) A ras del agua tersa, que riza con su aliento,
(12) Albino, el pastor loco, quiere besar la luna.
(13) En la huerta sonámbula vibra un canto de cuna...
(14) Aúllan a los diablos los perros del convento.
En los primeros dos
versos se caracteriza a la Luna, con mayúscula, como una mujer que protege
durante la vigilia al campo. De esta forma la naturaleza toma la vida
apasionada que Herrera y Reissig no pudo tomar, pero que a través de la proyección
estética y la selección de palabras que significan cosas naturales y mundanas
–que son por lo tanto espontáneas- les entrega el toque de pasión que anhela.
En los siguientes dos
versos se observa la respuesta del campo, ferviente, hacia esta mujer
entristecida y oscura. En este entramado de versos el poeta busca el eros en un elemento que ha caracterizado
como melancólico, la viuda luna,
oscura, silenciosa, en la angustia de la vigilia; la cual es arrancada ante
este fervoroso y rudo campo.
El encuentro narrado
entre el rudo campo y la noche viuda, no se da por sí solo sin otro elemento erotizante como lo
son los espectros agudos; los álamos
que presencian extasiados este
mensaje del campo rudo. Estos dos
versos son los que cargan al lector de la intención del poeta, ya que el
encuentro no es sombrío ni callado, sino que es rudo y tiene el toque de
perversión del voyerismo.
Entramada la luna en el
interior de la madrugada –que siempre lleva a los amantes a secretos oscuros que
no se dicen a la luz del día- cuando el reloj
da las 12, esparce su reacción ante este encuentro, ilumina, sacraliza, encanta. En este punto del poema, ya
consumado el éxtasis anterior, al salir al aire fresco de la sensación húmeda y
acuosa, tomamos conciencia de la elección hecha por el hablante lírico,
percibimos que sólo a través de las palabras escogidas, podemos dotar de
sensualidad a elementos naturales y congraciados divinamente. Se vuelve salvaje
aquello puro.
El ambiente que rodea
el encuentro descrito, sigue el rumbo o los caminos optados por la luna viuda y el campo rudo, siendo los nuevos protagonistas la montaña y el lago,
dibujando en la mente del lector la idea de unión de los amantes dentro de un continuo
natural, ya que cuando estamos ante este paisaje vemos como si una misma línea
fuera un momento montaña y un momento lago, tierra y agua; los elementos
básicos para la fertilidad. Además de esta unión, el paisaje de la montaña con
el lago unido, transparente, impacta al lector-espectador y le causa la sensación
de que el mundo es bello, es único, y nos entrega su grandeza y frutos; y es en
ese límite libertador entre lo bello y único, y lo sensual, donde el poeta pone
su foco.
Finalmente, en la
última estrofa, el foco vuelve a la noche, completando el ciclo natural
día-noche; montaña-laguna; luna-campo; la imagen de los perros aullando en
signo de melancolía; el convento, lo diabólico; lo natural y lo pagano.
En el poema Galantería ingenua, los elementos
planteados al inicio; la idea de eros,
la naturaleza y la consagración se observan de manera más evidente, debido a
que no se necesita buscar la relación de las cosas de la naturaleza entre sí
para encontrar el toque erótico, sin embargo siguen presentes en la ambientación
de estas fantasías de un autor recluído en sí mismo, con los sentidos y las
pasiones limitadas por una enfermedad al mayor símbolo de las pasiones y motor
por tanto de sus líneas, el corazón.
Galantería antigua
(1)
A
través de la bruma invernal y del limo,
(2) tras el hato, Fonoe cabra la senda terca;
(3) mas de pronto, un latido dícele que él se acerca...
(4) Y, en efecto, oye el silbo de Melampo su primo.
(5) A la llama, el coloquio busca sabroso arrimo;
(6) luego inundan sus fiebres en la miel de la alberca;
(7) hasta que la incitante fruta de ajena cerca
(8) les brinda la luz verde dulce de su racimo.
(9) Después ríen... ¡de nada! ¿para qué tendrán boca?
(10) Y por fin -Dios lo quiso- él, de espaldas la choca
(11) y la estriega y la burla, ya que Amor bien maltrata...
(12) Y ella en púdicas grimas, con dignidades tiernas
(13) de doncellez, se frunce el percal que recata
(14) la primicia insinuante de sus prósperas piernas...
(2) tras el hato, Fonoe cabra la senda terca;
(3) mas de pronto, un latido dícele que él se acerca...
(4) Y, en efecto, oye el silbo de Melampo su primo.
(5) A la llama, el coloquio busca sabroso arrimo;
(6) luego inundan sus fiebres en la miel de la alberca;
(7) hasta que la incitante fruta de ajena cerca
(8) les brinda la luz verde dulce de su racimo.
(9) Después ríen... ¡de nada! ¿para qué tendrán boca?
(10) Y por fin -Dios lo quiso- él, de espaldas la choca
(11) y la estriega y la burla, ya que Amor bien maltrata...
(12) Y ella en púdicas grimas, con dignidades tiernas
(13) de doncellez, se frunce el percal que recata
(14) la primicia insinuante de sus prósperas piernas...
En este poema, el
hablante lírico nos entrega desde un inicio el panorama, mujer que presiente –la
presunción, lo oculto y femenino- la llegada de su amado, el silbido en la bruma invernal, sutil y que es el llamado hacia el escenario de las
pasiones.
Posteriormente tenemos
la imagen del calor pasional a través del elemento que da la chispa de vida
necesaria, y este a su vez es manifestado a través de un elemento cotidiano de
la vida campestre, la llama; la llama de la vela, la llama del candil, la llama
de la hoguera. Completando el cuadro lujurioso tenemos la miel, lo dulce y
natural a la vez, la miel como elemento exótico, delicado, trabajado
cuidadosamente. Esta dulzura no es una dulzura precipitada, es algo que se
enternece con el calor, el primer momento del placer existente en el poema. La
fruta entrega sus dones ante este calor; la mujer incitante se entrega
brillante, fulgurosa.
La siguiente estrofa
muestra el desenlace de este encuentro amoroso; la risa se hace presente y
abunda, el éxtasis se manifiesta. El jugueteo continúa, un jugueteo rudo, maltratador, el deseo iracundo de
felicidad y más risas. La mujer ante
esto se muestra tímida, dando la imagen de la mujer que se desenfrena ante el
placer, se deja guiar por sus deseos y cierra sus pétalos cuando vuelve en sí,
sorprendida de lo que siente y por sobre todo de lo que desea, se viste, se
vuelve una doncella; lo cual también
es insinuado a través de la imagen de las piernas, las piernas que dan calor,
las piernas que son el umbral de la pasión en estos encuentros silvestres, las
piernas fruncidas por la tela característica
de la vida campesina, el percal, cerrando así el erotizante poema.
Unas de las principales
conclusiones extraídas de la lectura de Herrera y Reissig, es que siempre hay
un viaje constante hacia el significado de las cosas. Sus poemas funcionan como
obras de artes visuales donde el espectador se detiene y toma conciencia de los
símbolos tomando en cuenta incluso sus colores para poder apreciar a totalidad
el contenido de lo propuesto. Otra cosa que se muestra evidente es que en ambos
poemas revisados, está la idea del placer en su máxima expresión de brusquedad,
evidenciado en el campo rudo en el
poema La noche y con el estregamiento de los amantes luego del momento de placer en
el poema Galantería antigua.
Pareciera darse que el poeta llega a la máxima expresión de deseo, en la oferta
de sensualidad hacia el lector, con matices de locura iracunda al momento de la
consumación. Este detalle es el que lleva a poner la obra del uruguayo por
sobre algún movimiento estético, ya que lo que prima son las sinrazones propias del ser humano,
propias de Julio.
[1]
La similitud de Herrera y
Reissig con el personaje cervantino permite realizar este intertexto. (Fuente: http://www.donquijote.org/spanishlanguage/literature/library/quijote/quijote1.pdf
, fecha de consulta 05-06-2012)
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