En
la historia universal de la Literatura, el género femenino no pasa
desapercibido en ninguna de sus manifestaciones. Tanto personajes como creadoras
son minuciosamente analizadas por el mercado, los lectores y la crítica
literaria. En el caso de Gabriela
Mistral, esta curiosidad se mantiene, con ideas relacionadas a su infancia, a
su padre desertor, a su soledad amorosa y a su carrera contrariada por el hecho
de la falta de academia.
Es
por esto, que esta pequeña lectura de su poesía, dejará de lado este aspecto
tan recabado y manoseado, ya que si bien se reconoce que el contexto es algo
que afecta la creación artística y humana inundando de cierta subjetividad al
autor, en este caso lo tomaremos desde otra perspectiva; de la mujer que cruza Latinoamérica
para encontrarse con otras realidades; la persona que viene de una realidad
contrariada social y económicamente a recibir un Nobel de Literatura y a ser un
personaje requerido para iniciar reformas sociales profundas en el ámbito
educacional.
En
este breve análisis, se revisará el poema El
pensador de Rodin, obra que se adscribe como una estatua que hace honor a
la reflexión de Dante ante las puertas del infierno, y que además se conoce
originalmente como El poeta, lo cual
en una lectura superficial se podría considerar
como un intertexto que hace comulgar a todas las artes como una sola
manifestación, y de la posible analogía entre Beatriz y la bienaventuranza eterna[1]
relacionada con la doctrina católica.
Con el mentón caído sobre la mano ruda,
el Pensador se acuerda que es carne de la huesa,
carne fatal, delante del destino desnuda,
carne que odia la muerte, y tembló de belleza.[2]
el Pensador se acuerda que es carne de la huesa,
carne fatal, delante del destino desnuda,
carne que odia la muerte, y tembló de belleza.[2]
En esta primera estrofa, se puede encontrar de forma más explícita
el intertexto con la Divina Comedia de
Dante, en la escena de la reflexión del protagonista ante el viaje que le espera
para encontrar a su amada; el destino fatal de tener que sumergirse ante las
oscuridades y profundidades del infierno, para lo cual tiene la carne fatal, delante del destino desnuda
ya que ante lo sobrenatural no hay una defensa válida. Este fino hilo también
se puede conectar con la tradición cristiana de la que es heredera la poetisa,
la cual se refleja ante la idea de un infierno oscuro, que embarga sufrimiento
y de cierta forma entrega hacia el amado, dado que este amor incondicional
otorga al poeta la fuerza necesaria para buscar su anhelo a través de la
renuncia a la vida.
Y tembló de amor, toda su primavera ardiente,
ahora, al otoño, anégase de verdad y tristeza.
El "de morir tenemos" pasa sobre su frente,
en todo agudo bronce, cuando la noche empieza.[3]
ahora, al otoño, anégase de verdad y tristeza.
El "de morir tenemos" pasa sobre su frente,
en todo agudo bronce, cuando la noche empieza.[3]
Esta estrofa nos introduce al mundo de la poetisa que Gonzalo
Rojas llama ‘experiencia de la naturaleza’, ya que realiza la primera conexión
entre el viaje amoroso de Dante y la primavera
ardiente, la tristeza y el otoño, uniones propias de las estaciones
del año con los sentimientos; junto con la descripción que hace el narrador del
texto primario al momento de introducirse en la floresta nocturna, además con
la manifestación en todo agudo bronce ya
referenciándose con el objeto de inspiración, lo cual se mantiene en el resto
del poema.
Y en la angustia, sus músculos se hienden, sufridores
cada surco en la carne se llena de terrores,
Se hiende, como la hoja de otoño, al Señor fuerte
que le llama en los bronces... Y no hay árbol torcido
de sol en la llanura, ni leòn de flanco herido,
crispados como este hombre que medita en la muerte.[4]
cada surco en la carne se llena de terrores,
Se hiende, como la hoja de otoño, al Señor fuerte
que le llama en los bronces... Y no hay árbol torcido
de sol en la llanura, ni leòn de flanco herido,
crispados como este hombre que medita en la muerte.[4]
Otra
característica presente de manera muy sutil a lo largo del poema, es el
sentimiento de tristeza tan propio de la artista, la cual une un sentimiento
interno como la angustia y los músculos que se hienden, identificando el sentimiento del protagonista, pero
también a cualquier ser que se anticipe a una experiencia en el miedo, o en lo
inesperado. Tal como gran parte del floklore chileno, se relaciona la idea de
entrega necesariamente implicada con el dolor y con la religiosidad, en
palabras del poema el hombre que medita
en la muerte.
Finalmente,
se percibe una fusión entre el objeto artístico de Rodín y el estilo literario
de la poetisa relacionado con la atmósfera selvática tan propia de Gabriela
Mistral, lo cual nos guía hacia la lectura de los elementos que permanecen de
sus raíces tales como los descritos anteriormente, y además la valoración de lo
nuevo, del mundo que se abre ante los ojos de esta autora, que se puede intuir
como nuevo y maravilloso, digno de una oda, y en el cual misteriosamente, una
obra de yeso y propia de la tradición europea, se une, se conecta y se asemeja
a una realidad tan diferente; permitiéndonos encontrar una unión entre las
cosas.
[1] RAE, 22º
Edición en línea, Búsqueda de la palabra Beatitud.
[2] Mistral,
Gabriela. El pensador de Rodin.
[3] Mistral,
Gabriela. El pensador de Rodin.
[4] Ibídem.
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