20 sept 2013

La unión entre las cosas.


En la historia universal de la Literatura, el género femenino no pasa desapercibido en ninguna de sus manifestaciones. Tanto personajes como creadoras son minuciosamente analizadas por el mercado, los lectores y la crítica literaria.  En el caso de Gabriela Mistral, esta curiosidad se mantiene, con ideas relacionadas a su infancia, a su padre desertor, a su soledad amorosa y a su carrera contrariada por el hecho de la falta de academia.
Es por esto, que esta pequeña lectura de su poesía, dejará de lado este aspecto tan recabado y manoseado, ya que si bien se reconoce que el contexto es algo que afecta la creación artística y humana inundando de cierta subjetividad al autor, en este caso lo tomaremos desde otra perspectiva; de la mujer que cruza Latinoamérica para encontrarse con otras realidades; la persona que viene de una realidad contrariada social y económicamente a recibir un Nobel de Literatura y a ser un personaje requerido para iniciar reformas sociales profundas en el ámbito educacional.
En este breve análisis, se revisará el poema El pensador de Rodin, obra que se adscribe como una estatua que hace honor a la reflexión de Dante ante las puertas del infierno, y que además se conoce originalmente como El poeta, lo cual en una lectura superficial se podría considerar como un intertexto que hace comulgar a todas las artes como una sola manifestación, y de la posible analogía entre Beatriz y la bienaventuranza eterna[1] relacionada con la doctrina católica.
Con el mentón caído sobre la mano ruda,
el Pensador se acuerda que es carne de la huesa,
carne fatal, delante del destino desnuda,
carne que odia la muerte, y tembló de belleza.[2]
En esta primera estrofa, se puede encontrar de forma más explícita el intertexto con la Divina Comedia de Dante, en la escena de la reflexión del protagonista ante el viaje que le espera para encontrar a su amada; el destino fatal de tener que sumergirse ante las oscuridades y profundidades del infierno, para lo cual tiene la carne fatal, delante del destino desnuda ya que ante lo sobrenatural no hay una defensa válida. Este fino hilo también se puede conectar con la tradición cristiana de la que es heredera la poetisa, la cual se refleja ante la idea de un infierno oscuro, que embarga sufrimiento y de cierta forma entrega hacia el amado, dado que este amor incondicional otorga al poeta la fuerza necesaria para buscar su anhelo a través de la renuncia a la vida.
Y tembló de amor, toda su primavera ardiente,
ahora, al otoño, anégase de verdad y tristeza.
El "de morir tenemos" pasa sobre su frente,
en todo agudo bronce, cuando la noche empieza.[3]
Esta estrofa nos introduce al mundo de la poetisa que Gonzalo Rojas llama ‘experiencia de la naturaleza’, ya que realiza la primera conexión entre el viaje amoroso de Dante y la primavera ardiente, la tristeza y el otoño, uniones propias de las estaciones del año con los sentimientos; junto con la descripción que hace el narrador del texto primario al momento de introducirse en la floresta nocturna, además con la manifestación en todo agudo bronce ya referenciándose con el objeto de inspiración, lo cual se mantiene en el resto del poema.

Y en la angustia, sus músculos se hienden, sufridores
cada surco en la carne se llena de terrores,
Se hiende, como la hoja de otoño, al Señor fuerte

que le llama en los bronces... Y no hay árbol torcido
de sol en la llanura, ni leòn de flanco herido,
crispados como este hombre que medita en la muerte.[4]
Otra característica presente de manera muy sutil a lo largo del poema, es el sentimiento de tristeza tan propio de la artista, la cual une un sentimiento interno como la angustia y los músculos que se hienden, identificando el sentimiento del protagonista, pero también a cualquier ser que se anticipe a una experiencia en el miedo, o en lo inesperado. Tal como gran parte del floklore chileno, se relaciona la idea de entrega necesariamente implicada con el dolor y con la religiosidad, en palabras del poema el hombre que medita en la muerte.
Finalmente, se percibe una fusión entre el objeto artístico de Rodín y el estilo literario de la poetisa relacionado con la atmósfera selvática tan propia de Gabriela Mistral, lo cual nos guía hacia la lectura de los elementos que permanecen de sus raíces tales como los descritos anteriormente, y además la valoración de lo nuevo, del mundo que se abre ante los ojos de esta autora, que se puede intuir como nuevo y maravilloso, digno de una oda, y en el cual misteriosamente, una obra de yeso y propia de la tradición europea, se une, se conecta y se asemeja a una realidad tan diferente; permitiéndonos encontrar una unión entre las cosas.



[1] RAE, 22º Edición en línea, Búsqueda de la palabra Beatitud.
[2] Mistral, Gabriela. El pensador de Rodin.
[3] Mistral, Gabriela. El pensador de Rodin.
[4] Ibídem.

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