9 nov 2010

Milagros.

No podemos saber cuantos de nosotros mismos somos. Yo misma, mi más perfecto ejemplo, puedo ser muy diferente muchas veces y me encanta. Puedo ser la Camila que está escribiendo un cuento para intentar enseñar que las historias si pueden tener un final feliz, que la vida puede tener muchas vueltas, sólo hay que estar preparados para ellas; también puedo ser la Camila que se mira y se encuentra linda a veces y otras veces horrenda. De hecho la última Camila estaba muy coqueta, pero también estaba muy complicada... porque por más que mi mente pueda ser lo más volátil del mundo y que eso me encante... hay cosas que siempre estoy procesando hasta encontrar la nirvana. Gracias a Dios ahora ya encontré la necesaria para escribir esto porque no es mi especialidad... he tenido oportunidad de leer bastante historias sangrientas éstos últimos meses... y veremos como me queda la mía propia, aunque es real.
Sentía su mano cerca de la mía, íbamos de tomadas de la mano, caminando. La extraño mucho, siempre que ella viene a casa intento estar lo máximo posible con ella. La amo desde siempre pero desde ese día me mostró algo diferente. A la vuelta de la esquina venía el milagro, venía la emoción y el aprender muchas cosas. Lo siguiente fue una sucesión: una joven en el suelo, mi mamá corriendo para atenderla, yo pidiendo a Dios que la niña estuviera bien, afirmando la cartera y el chaleco de mamá, la gente mirando, una mancha de la sangre más roja que jamás vi, yo pensando en que si así me veía cuando tenía crisis... mi mamá gritando a todos que ayudaran a afirmar a la niña que había arriesgado su vida por salvar a una anciana irresponsable. Mi mamá salvando a la niña, yo atónita mirando cómo la vida puede pasar en un segundo.
Yo no sé escribir más que eso.
Pero ahora que lo reflexiono... los milagros se dan no sólo en cuentos de hadas.
Mi mamá ayudó. 

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