5 jul 2013

Dualidad.

¿Qué nos hace apreciar una obra literaria?

Existen varias propuestas de que el pensamiento del ser humano se manifiesta a través de dos pensamientos: del pensamiento narrativo y del pensamiento argumentativo. Esto quiere decir que pasamos nuestras vidas argumentando nuestros actos y contándonos nuestras propias vivencias –si es que reflexionamos sobre ellas- a través de estos textos.

Profundicemos esta idea: moviéndonos en esta perspectiva del desarrollo del pensamiento; la de narrarnos la vida a través de historias; podríamos pensar también que un texto narrativo –no literario- tiene el potencial de impactar sobre nosotros al ser una forma textual, un material verbal, similar a los que nosotros ya tenemos instalados en nuestras mentes, dada esta semejanza.

¿Pero qué ocurre con el texto literario narrativo, siendo este un símbolo en el símbolo? Volvemos a la pregunta inicial: ¿Qué nos hace apreciar una obra literaria?, más bien: ¿Qué nos hace apreciar una obra literaria que se enmarca en la narrativa? ¿Será esta similitud estilística que ya contiene el texto narrativo en sí solamente o habrá algo más? Esta última pregunta se puede responder con una realizada un poco antes: el texto literario se puede calificar como el símbolo en el símbolo, por lo cual este texto narrativo –primer símbolo-, contendría otro que está por sobre este primer simbolismo, complejizando aún más la pregunta inicial, de las cuales podemos desprender infinitas preguntas que se resuelven entre sí y que a su vez vuelven aún más complicada la lectura literaria.

Quizás podamos responder algunas con un intento de reflexión, un intento de aproximación, que proviene de una vertiente aún más ambigua y compleja: el pensamiento, y cómo éste se apega y desliza de las ideas que tenemos preconcebidas; este ámbito superior que muy pocas veces estamos conscientes de que lo tenemos, entrampándonos en nuestras historias, lo cual pareciera ser profundo, pero no lo es tanto como las ideas que hemos concebido y las cuales nos impulsan a tener las historias que tenemos.

Apliquemos esta breve reflexión a la lectura de un texto literario: quizás –sólo lo podemos decir de forma tentativa-, la lectura de hechos terrenales y de los personajes que los vivencian, nos pueden identificar porque en el plano de las ideas, encontremos a través de las páginas ciertas coincidencias que sean similares a nuestros hilos argumentativos del pensamiento o que incluso los juzguen. Un ejemplo radical y bastante ilustrativo que grafica esta idea es leer a Medea desde los ojos de la contemporaneidad. ¿Cuándo podríamos concebir de forma natural que una madre matara a sus hijos? En fin, casos como estos  son los que guían esta reflexión. Según este intento, las historias y las ideas que subyacen a ellas nos ayudan a identificarnos con los textos literarios.

Bajo la panorámica inicial descrita, esta reflexión tomará como guía la experiencia estética de esta escritora en la lectura de La última niebla, de María Luisa Bombal, publicada el año 1934. La pretensión máxima de estas páginas serán encontrar las ideas entrañadas en partes de la historia, la relación que tienen las ideas estas distintas partes, y cómo eso germinó una reflexión que se desenlaza en la creación de este texto.

Las primeras líneas de la novela de Bombal, según esta lectura, cumplen dos funciones. La primera es caracterizar el acontecer de forma inicial, tal como cualquier texto narrativo, y además nos otorgan una pista que es difícil de unir con las pistas del resto del texto: la relación entre Daniel y la protagonista. Si bien es cierto que el principal sentimiento que se describe en el texto es el desencanto entre esta pareja recién casada; existe un ánimo en Daniel que se construye como sutil ante esta gran ambientación sentimental; pero que nos pueden otorgar un primer símbolo sobre el cual reflexionar.

Permanezco muda. No me hacen ya el menor efecto las frases cáusticas con que me turbaba no hace aún quince días.[1]

¿Cuál es el afán de Daniel de herir a su nueva esposa? Una lectura posible y que incluso puede ser forzada, es que el esposo despliega el dolor de la pérdida de la mujer que realmente amada de esta forma, maltratando con palabras sarcásticas a su prima y mujer. Sin embargo, a pesar de la relación entre los integrantes de este matrimonio que se casó ‘por casarse’; existe un cariño infantil antiguo, desde siempre, por lo cual esto es más complejo que un simple desquite.

Otra mirada a esta relación se puede ser que tal como se ha comentado anteriormente; esta protagonista logra ser la mujer abnegada y apasionada a la vez a través del mundo onírico y el mundo de la vigilia; y su compañero logra su principal afán a través del maltrato a la protagonista y de su llanto silencioso en las noches.

Y entonces, más que el llanto de mi marido, me molesta la idea de mi propio egoísmo. Lo dejo pasar al cuarto contiguo sin esbozar un gesto hacia el, sin balbucir una palabra de consuelo. Me desvisto, me acuesto y, sin saber cómo, me deslizo instantáneamente en el sueño.[2]

Este fragmento y la actitud comprensiva de esta prima fiel, pueden respaldar esta idea de que existe un doble mundo tanto ante la protagonista, como ante su marido. Esto da pie a un pensamiento filosófico de ciertos matices existencialistas, donde los personajes tienen un universo interior tan vasto, que ni ellos pueden –o quieren- mostrarnos; este mundo queda en silencio, permanece de cierta forma estático; lo cual incluso es explicitado por la protagonista al molestarse por la idea de su propio egoísmo. Egoísmo al no sosegar a su esposo, y egoísmo para compartir su riqueza interior.

¿Cuáles son las ideas que subyacen ante este egoísmo? Puede existir una cosmovisión de que tenemos dos realidades igual de palpables, la de un mundo real donde vivimos en sociedad, y de un mundo donde vivimos en solitario, en el cual por las peripecias cotidianas –los hechos- no descubrimos y reflexionamos sobre nuestras propias ideas y las de los demás individuos con los cuales nos relacionamos.

La reflexión anterior, nos incita a pensar en si existe una unión en algún momento entre estos mundos, y seguimos avanzando en las páginas para aventurar una postura.

Como hace años, lo volví a ver tratando furiosamente de acariciar y desear mi carne y encontrando siempre el recuerdo de la muerta entre él y yo. Al abandonarse sobre mi pecho, su mejilla, inconscientemente, buscaba la tersura y los contornos de otro pecho. Besó mis manos, me besó toda, extrañando tibiezas, perfumes y asperezas familiares. Y lloró locamente, llamándola, gritándome al oído cosas absurdas que iban dirigidas a ella.[3]

Este fragmento, entre apasionado y frívolo, justamente con estas características nos dan la pista que necesitamos para resolver el cuestionamiento anterior. En este encuentro carnal, sensorial, vemos una unión de estos primos que crecieron juntos y que hoy se comportan sensorialmente como amantes; sin embargo la necesidad de Daniel y la compasión de la protagonista, indican una vez más que los hechos se encuentran en un plano sensorial completamente alejado del plano de las ideas, donde ninguno de los dos se evade a través del sexo, a pesar de que lo viven.

Meditar sobre esta realidad dual, que se identifica con la de esta lectura, nos hace preguntarnos quien hace que existan ciertas convenciones que nos detienen a unir el mundo de nuestras ideas con el de nuestros actuares. Estamos cumpliendo roles falsos que para nada se condicen con nuestra mente y lo seguimos y probablemente seguiremos haciendo. Pero, ¿Por qué?

En el lecho, yo quedé tendida y sollozante, con el pelo adherido a las sienes mojadas, muerta de desaliento y de vergüenza. No traté de moverme, ni siquiera de cubrirme. Me sentía sin valor para morir, sin valor para vivir. Mi único anhelo era postergar el momento de pensar.[4]

Estas líneas nos piden a gritos que demos voz a nuestras ideas reales, a romper estas convenciones de la falsedad… y nos indican que para mal o bien de nuestras ideas, este mundo nunca dejará de ser íntimo, y siempre estará centrado en los hechos.

Y siento, de pronto, que odio a Regina, que envidio su dolor, su trágica aventura y hasta su posible muerte. Me acometen furiosos deseos de acercarme y sacudirla duramente, preguntándole de qué se queja, ¡ella, que lo ha tenido todo! Amor, vértigo y abandono.[5]

Al acercarnos al desenlace de estas páginas duales; encontramos el único atisbo de unión entre ambos mundos. Los hechos no importan, la vida es insípida si no conectamos las ideas con las cosas que hacemos, tal como esta mujer resignada que fantasea nuevas realidades para mantenerse viva, nuevos hechos que al fin se conectan con sus ideas reprimidas. Sin embargo en este momento, la mujer a través de la desgracia de otros puede despertar de su realidad, y al fin conectar sus sentimientos y también su filosofía de vida a un hecho del mundo ‘real’. Quizás esto nos brinde la esperanza de que aunque sea en un momento de nuestras vidas, hagamos lo que hagamos, nos conectaremos y viviremos la vida con ambos planos unidos como una niebla.


[1] 1934, María Luisa Bombal. La última niebla. (Pág. 3)
[2] Ibídem.
[3] Ibídem. (Pág. 18)
[4]
[5] Ibídem. (Pág. 29)

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