¿Qué
nos hace apreciar una obra literaria?
Existen
varias propuestas de que el pensamiento del ser humano se manifiesta a través
de dos pensamientos: del pensamiento narrativo y del pensamiento argumentativo.
Esto quiere decir que pasamos nuestras vidas argumentando nuestros actos y
contándonos nuestras propias vivencias –si es que reflexionamos sobre ellas- a
través de estos textos.
Profundicemos
esta idea: moviéndonos en esta perspectiva del desarrollo del pensamiento; la
de narrarnos la vida a través de historias; podríamos pensar también que un
texto narrativo –no literario- tiene el potencial de impactar sobre nosotros al
ser una forma textual, un material verbal, similar a los que nosotros ya
tenemos instalados en nuestras mentes, dada esta semejanza.
¿Pero
qué ocurre con el texto literario narrativo, siendo este un símbolo en el
símbolo? Volvemos a la pregunta inicial: ¿Qué nos hace apreciar una obra
literaria?, más bien: ¿Qué nos hace apreciar una obra literaria que se enmarca
en la narrativa? ¿Será esta similitud estilística que ya contiene el texto
narrativo en sí solamente o habrá algo más? Esta última pregunta se puede
responder con una realizada un poco antes: el texto literario se puede
calificar como el símbolo en el símbolo, por lo cual este texto narrativo
–primer símbolo-, contendría otro que está por sobre este primer simbolismo,
complejizando aún más la pregunta inicial, de las cuales podemos desprender
infinitas preguntas que se resuelven entre sí y que a su vez vuelven aún más
complicada la lectura literaria.
Quizás
podamos responder algunas con un intento de reflexión, un intento de
aproximación, que proviene de una vertiente aún más ambigua y compleja: el
pensamiento, y cómo éste se apega y desliza de las ideas que tenemos
preconcebidas; este ámbito superior que muy pocas veces estamos conscientes de
que lo tenemos, entrampándonos en nuestras historias, lo cual pareciera ser
profundo, pero no lo es tanto como las ideas que hemos concebido y las cuales
nos impulsan a tener las historias que tenemos.
Apliquemos
esta breve reflexión a la lectura de un texto literario: quizás –sólo lo
podemos decir de forma tentativa-, la lectura de hechos terrenales y de los
personajes que los vivencian, nos pueden identificar porque en el plano de las
ideas, encontremos a través de las páginas ciertas coincidencias que sean
similares a nuestros hilos argumentativos del pensamiento o que incluso los
juzguen. Un ejemplo radical y bastante ilustrativo que grafica esta idea es leer
a Medea desde los ojos de la
contemporaneidad. ¿Cuándo podríamos concebir de forma natural que una madre
matara a sus hijos? En fin, casos como estos
son los que guían esta reflexión. Según este intento, las historias y las
ideas que subyacen a ellas nos ayudan a identificarnos con los textos
literarios.
Bajo
la panorámica inicial descrita, esta reflexión tomará como guía la experiencia
estética de esta escritora en la lectura de La
última niebla, de María Luisa Bombal, publicada el año 1934. La pretensión
máxima de estas páginas serán encontrar las ideas entrañadas en partes de la
historia, la relación que tienen las ideas estas distintas partes, y cómo eso
germinó una reflexión que se desenlaza en la creación de este texto.
Las
primeras líneas de la novela de Bombal, según esta lectura, cumplen dos
funciones. La primera es caracterizar el acontecer de forma inicial, tal como
cualquier texto narrativo, y además nos otorgan una pista que es difícil de
unir con las pistas del resto del texto: la relación entre Daniel y la
protagonista. Si bien es cierto que el principal sentimiento que se describe en
el texto es el desencanto entre esta pareja recién casada; existe un ánimo en
Daniel que se construye como sutil ante esta gran ambientación sentimental;
pero que nos pueden otorgar un primer símbolo sobre el cual reflexionar.
Permanezco
muda. No me hacen ya el menor efecto las frases cáusticas con que me turbaba no
hace aún quince días.[1]
¿Cuál
es el afán de Daniel de herir a su nueva esposa? Una lectura posible y que
incluso puede ser forzada, es que el esposo despliega el dolor de la pérdida de
la mujer que realmente amada de esta forma, maltratando con palabras
sarcásticas a su prima y mujer. Sin embargo, a pesar de la relación entre los
integrantes de este matrimonio que se casó ‘por casarse’; existe un cariño
infantil antiguo, desde siempre, por lo cual esto es más complejo que un simple
desquite.
Otra
mirada a esta relación se puede ser que tal como se ha comentado anteriormente;
esta protagonista logra ser la mujer abnegada y apasionada a la vez a través
del mundo onírico y el mundo de la vigilia; y su compañero logra su principal
afán a través del maltrato a la protagonista y de su llanto silencioso en las
noches.
Y
entonces, más que el llanto de mi marido, me molesta la idea de mi propio
egoísmo. Lo dejo pasar al cuarto contiguo sin esbozar un gesto hacia el, sin
balbucir una palabra de consuelo. Me desvisto, me acuesto y, sin saber cómo, me
deslizo instantáneamente en el sueño.[2]
Este
fragmento y la actitud comprensiva de esta prima fiel, pueden respaldar esta
idea de que existe un doble mundo tanto ante la protagonista, como ante su
marido. Esto da pie a un pensamiento filosófico de ciertos matices
existencialistas, donde los personajes tienen un universo interior tan vasto,
que ni ellos pueden –o quieren- mostrarnos; este mundo queda en silencio,
permanece de cierta forma estático; lo cual incluso es explicitado por la
protagonista al molestarse por la idea de su propio egoísmo. Egoísmo al no sosegar
a su esposo, y egoísmo para compartir su riqueza interior.
¿Cuáles
son las ideas que subyacen ante este egoísmo? Puede existir una cosmovisión de
que tenemos dos realidades igual de palpables, la de un mundo real donde
vivimos en sociedad, y de un mundo donde vivimos en solitario, en el cual por
las peripecias cotidianas –los hechos- no descubrimos y reflexionamos sobre
nuestras propias ideas y las de los demás individuos con los cuales nos
relacionamos.
La
reflexión anterior, nos incita a pensar en si existe una unión en algún momento
entre estos mundos, y seguimos avanzando en las páginas para aventurar una
postura.
Como
hace años, lo volví a ver tratando furiosamente de acariciar y desear mi carne
y encontrando siempre el recuerdo de la muerta entre él y yo. Al abandonarse
sobre mi pecho, su mejilla, inconscientemente, buscaba la tersura y los
contornos de otro pecho. Besó mis manos, me besó toda, extrañando tibiezas,
perfumes y asperezas familiares. Y lloró locamente, llamándola, gritándome al oído
cosas absurdas que iban dirigidas a ella.[3]
Este
fragmento, entre apasionado y frívolo, justamente con estas características nos
dan la pista que necesitamos para resolver el cuestionamiento anterior. En este
encuentro carnal, sensorial, vemos una unión de estos primos que crecieron
juntos y que hoy se comportan sensorialmente como amantes; sin embargo la
necesidad de Daniel y la compasión de la protagonista, indican una vez más que
los hechos se encuentran en un plano sensorial completamente alejado del plano
de las ideas, donde ninguno de los dos se evade a través del sexo, a pesar de
que lo viven.
Meditar
sobre esta realidad dual, que se identifica con la de esta lectura, nos hace
preguntarnos quien hace que existan ciertas convenciones que nos detienen a
unir el mundo de nuestras ideas con el de nuestros actuares. Estamos cumpliendo
roles falsos que para nada se condicen con nuestra mente y lo seguimos y
probablemente seguiremos haciendo. Pero, ¿Por qué?
En
el lecho, yo quedé tendida y sollozante, con el pelo adherido a las sienes
mojadas, muerta de desaliento y de vergüenza. No traté de moverme, ni siquiera
de cubrirme. Me sentía sin valor para morir, sin valor para vivir. Mi único
anhelo era postergar el momento de pensar.[4]
Estas
líneas nos piden a gritos que demos voz a nuestras ideas reales, a romper estas
convenciones de la falsedad… y nos indican que para mal o bien de nuestras
ideas, este mundo nunca dejará de ser íntimo, y siempre estará centrado en los
hechos.
Y
siento, de pronto, que odio a Regina, que envidio su dolor, su trágica aventura
y hasta su posible muerte. Me acometen furiosos deseos de acercarme y sacudirla
duramente, preguntándole de qué se queja, ¡ella, que lo ha tenido todo! Amor,
vértigo y abandono.[5]
Al
acercarnos al desenlace de estas páginas duales; encontramos el único atisbo de
unión entre ambos mundos. Los hechos no importan, la vida es insípida si no
conectamos las ideas con las cosas que hacemos, tal como esta mujer resignada
que fantasea nuevas realidades para mantenerse viva, nuevos hechos que al fin
se conectan con sus ideas reprimidas. Sin embargo en este momento, la mujer a
través de la desgracia de otros puede despertar de su realidad, y al fin
conectar sus sentimientos y también su filosofía de vida a un hecho del mundo
‘real’. Quizás esto nos brinde la esperanza de que aunque sea en un momento de
nuestras vidas, hagamos lo que hagamos, nos conectaremos y viviremos la vida
con ambos planos unidos como una niebla.
[1] 1934,
María Luisa Bombal. La última niebla.
(Pág. 3)
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.
(Pág. 18)
[5] Ibídem.
(Pág. 29)
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