1 jul 2013

El pacto entre la lectora y la autora.

Podemos leer la imagen de la mujer en diferentes momentos de la Literatura. Esta imagen –si es que es posible establecerla como única-, tiene variaciones, donde el camino se torna curvo a momentos, espiral en otros, y así se va entrelazando a ratos y a otros ratos avanzando.
Si tuviéramos que establecer tres patrones que son absolutamente diferentes a simple vista, podríamos elegir tres personajes de manera totalmente descuidada pero que apoyan este intento de argumentación: Andrómaca, Emma Bovary, y la protagonista de la novela a analizar: La última niebla. Andrómaca, la más clásica de esta trilogía, se caracteriza como la mujer que representa el amor y la espera. Emma, varios siglos más tarde es la mujer que se aburre de esperar y va en busca de sus deseos con artimañas poco ortodoxas, y finalmente nuestra protagonista y narradora de la novela de Bombal; es una mujer muy posterior a las otras personajes, pero que representa una conexión temporal entre ambas, siendo de cierta forma una combinación de ambas, de la mujer que busca su placer y de la mujer obstinada.
Sin embargo, ¿cómo se puede representar una mujer que busca su placer y que a la vez sea obstinada? Podríamos aventurar que la respuesta de Bombal para abordar esta pregunta es simple: a través de la construcción de una dicotomía de una misma realidad: a través del mundo en vigilia, y del mundo onírico en paralelo. La salvedad de esta respuesta que se hace muy práctica de manera inicial, es que el estilo de la narrativa que subyace confunde al lector pasando de un mundo a otro y además simbolizando el uno en el otro.       
[...] Esquivo siluetas de árboles, a tal punto estáticas, borrosas, que de pronto alargo la mano para convencerme de que existen realmente. [...]
- ¡Yo existo, yo existo -digo en voz alta- y soy bella y feliz! [...][1]
Esta selección de fragmentos que se encuentra en el inicio de la historia nos da el primer indicio del símbolo de los sueños y del mundo que se avecina. La protagonista luego de encontrarse con el cadáver de la difunda casada con su primo, escapa al bosque –que se podría considerar como la simbología de lo oculto- y describe lo que ve como estático y borroso. ¿Cómo podemos saber si tal como ha ocurrido en otros cuentos que tienen historias entre la vigilia y el sueño, este cuento siempre fue contado desde el sueño? Quizás si lo hiciéramos podríamos descubrir que esta mujer aparte de ser dominada por la mujer salvaje que lleva dentro, también es feliz. Incluso se podría pensar que la vigilia se caracteriza porque el mundo de los sueños es placentero y nuestra asociación entre placer y realidad es casi nula.
Otra particularidad de este breve fragmento, es la verbalización de un estado de existencia, la protagonista es bella y es feliz, necesita verbalizarlo, lo cual ocurre muy pocas veces durante el transcurso de la obra; por lo que podríamos pensar que esta mujer es bella y feliz en momentos sensitivos a partir del tacto.
Casi sin tocarme, me desata los cabellos y empieza a quitarme los vestidos. Me someto a su deseo callada y con el corazón palpitante. Una secreta aprensión me estremece cuando mis ropas refrenan la impaciencia de sus dedos. Ardo en deseos de que me descubra cuanto antes su mirada.
La belleza de mi cuerpo ansia, por fin, su parte de homenaje.[2]
Este párrafo, que narra de una manera práctica lo simbólico que se intenta describir, nos entrega la primera pista de esta mujer que se presenta como la que busca su placer de forma sincera y hedónica, la mujer que ansía un homenaje a su belleza, a su cuerpo; caracterizando los secretos íntimos de toda mujer de una forma sutil, ya que siempre se encuentra desde el marco difuso entre la vigilia y la realidad.
Otra muestra de que se puede pensar que para esta mujer no existen palabras que tengan importancia al momento de ser adorada son los breves fragmentos donde nos muestra su hipersensibilidad a lo sensorial y no a lo verbal, tales como Lo abrazo fuertemente y con todos mis sentidos escucho.[3], lo cual nos otorga el silencio necesario para sentirnos como esa mujer, en una lectura muy íntima entre el ser femenino que lee y el ser femenino que vive esta experiencia que presuponemos como onírica.
Sin embargo, estos momentos pasionales encontrados en la obra, los que nos dan vida a nosotros como lectores y al personaje ante su vida sin fortuna y abnegada, terminan como algo irreal, donde la mujer apenas se conforma con seguir viviendo de sus fantasías.
Bien sé ahora que los seres, las cosas, los días, no me son soportables sino vistos a través del estado de vida que me crea mi pasión.[4]
¿Qué estados podemos tener las mujeres cuando no contamos con algo que anhelamos?, ¿Tendremos que estar jugando con nuestras fantasías y sueños para ahogar los estados pasionales que tenemos recurrentemente?, ¿Cuál es el mensaje que Bombal quería entregar describiendo a esta mujer carnal a través del mundo de los sueños?
Una de las principales conclusiones realizadas en este intento de delimitar la lectura de esta obra, quizás quepa darle espacio al doble pacto que existe entre una mujer que lee la obra de Bombal en general y el contenido de los textos así, debido a que es totalmente necesario reconocer que estos afanes existen en estados de vigilia de manera constante, pero que quizás la sociedad de la época del contexto de circulación del texto, y aún nuestra época más de medio siglo después, no le conviene saber.
¿Será que tal como Andrómaca y otras mujeres de siglos anteriores nos quisieron dejar un mensaje de obstinación, o un mensaje de pacto íntimo entre el género que explicita ciertas necesidades pero de forma onírica?


[1] 1934, María Luisa Bombal. La última niebla. (Pág. 5)
[2] Ibídem. (Pág. 11)
[3] Ibídem. (Pág. 12)
[4] Ibídem. (Pág. 24)

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